miércoles, 9 de julio de 2014

Dale rico, dale duro


La habitación que alquila Carla Cristina solo tiene un catre, una mesita de noche con la foto de su mamá y una lámpara; su ropa está en una caja grande de cartón y para decorar, tiene luces navideñas guindando del techo. Podrá no tener mucho, pero tiene lo esencial: un espejo de cuerpo entero en una pared en el cual se ve todas las noches antes de salir.
Esa noche va con plataformas plateadas, panties con huecos, una enagua de satín turquesa y una blusa que imita la seda con el ombligo pelao. Su escote con sus grandes senos podrían revelar un pezón al mínimo descuido. “Excelente”, piensa.

Un pirata amigo suyo la lleva desde su casa en Lomas del Río hasta las calles de San José. Mientras va en el asiento de atrás del Hyundai, Carla Cristina piensa en sus metas de esa noche: buscarse a un gringo bien guapo, bueno, que no sea gordo y al que le pueda cobrar sus buenos dolaritos. Si termina rápido, podría buscarse dos más. Esa noche está con bastante energía para unos cuantos polvos. Las luces se reflejan en los charcos oscuros de la calle. “Mierda, hoy llovió. Con la lluvia los clientes se espantan”.

Carla Cristina le dice a su amigo que la deje en el Rey, ahí tiene un amigo guarda que le avisa si hay gringos buenos en el casino, es apenas miércoles y puede que no haya mucha gente. Ella se ha hecho de muchos amigos gracias a como paga los favores. Se baja al frente del hotel, hay gente afuera así que abre bien piernas mientras sale del carro, se inclina en la ventana del conductor y le da un beso al pirata, mete su lengua hasta casi tocar el fondo de su boca. Mete su mano por la ventana y le agarra con fuerza en la entrepierna.

-          Gracias papi, yo te llamo para que vengas por mí.
-          Si mi reina.

Camina meneando su trasero por todo el lobby y mientras se dirige al bar se asegura que sus tacones resuenen por todo el lugar, quiere que todos la vuelvan a ver. Carla Cristina es alta, su piel es blanca como la leche y su pelo rojo teñido de salón, pero hecho en casa. Tiene ojos bondadosos, se dirían que casi inocentes y que no hacen juego con sus labios, gruesos, siempre pintados de rojo y listos para chupar.

Chupar… cuando era pequeña, su mamá la vestía con su único y mejor vestido celeste e iban a misa, con la promesa de que a la salida le compraría un helado. Con tal de postergar su regreso a casa, en donde las esperaba siempre un hombre borracho, madre e hija caminaban despacio. Carla Cristina olvidaba sus temores y chupaba su helado todo el camino. Jamás se imaginaría en ese momento que mas grande se ganaría la vida chupando. 

El que sea miércoles y con lluvia no impide que los bares del hotel estén a reventar. Se sienta en un banco en la barra del Blue Marine y el bartender ya sabe que traerle, le sirve su ron con coca y ella le guiña un ojo y se pasa lentamente su lengua por los labios. Mira a su alrededor y escanea el lugar: “ese es gordo, a ese ni se le para, aquel está muy niño, ese otro es playo y está perdido, mmmmm ese no esta tan repior”. Hay un hombre ni feo ni guapo en una mesa. Ya tiene a dos putas encima tratando de llevárselo, pero pareciera que no se decide. Siente que lo observan y vuelve a ver hacia donde está Carla Cristina, a escasos diez metros. Ella abre sus piernas y deja ver lo que se esconde entre sus muslos. El hombre ni feo ni guapo deja a sus amigos y a las putas y camina ella. Carla Cristina, como buena puta, sabe como robarse a un hombre.

A sus apenas 24 años ella se considera ya con experiencia. “La hablada me la gané afuer. Yo cojo por plata desde los 15 que me largué de mi casa y sin estudios y no saber hacer nada, no me quedó otra que tirarme a la calle”. Una tía la ayudó al principio y le pagaba el alquiler de un cuarto en Cristo Rey, pero cuando supo que ella llevaba carajillos para coger ahí y que cobraba 2000 colones por polvo, la echó. Y desde entonces se ha valido por ella misma, siguió  haciendo lo único que sabe hacer y ha ido perfeccionando sus técnicas, como esa de andar sin calzones y abriendo las piernas por todo lado.

-          Hola guapa. Te lo vi desde lejos. Le dijo el hombre ni feo ni guapo con acento tico. “Mierda, no es gringo. Lo macho engaña”, pensó Carla Cristina.
-          Hola papi, ¿Quieres coger bien rico?

Ser directa y a lo que vinimos. Otra técnica que aprendió en la calle, en este negocio no hay tiempo que perder.
Pero el hombre ni feo ni guapo como que no tiene prisa y habló por cinco minutos presentándose. Es de Cartago, llegando al volcán Turrialba, por eso lo blanco y lo macho, tiene una finca en donde siembran papas y se vino a San José a una fiesta de un amigo y terminaron todos en el Rey con la misión de conseguirse una puta cada uno.

-          Hasta allá en la montaña son famosas las güilas del Rey.

Carla Cristina lo deja hablar, mientras ella se toma su segundo ron con coca. Él se calla, ella se levanta del banco de la barra, le mete la lengua en su garganta y cuando se la saca empieza a negociar.

-          Bueno papi, cogemos o no, que yo no tengo toda la noche. Son $80 por una hora, pero por ser tico te hago descuento de nacional y te lo dejo en 50.
-          Si vamos mi reina, que ya tengo el cuarto pagado.
-          Ok, vámonos, pero solo una cosa, si quieres coger conmigo me tienes que pegar, y bien duro.

Esta no es la primera vez que Carla Cristina le dice a un cliente que le pegue. En realidad prefiere que todos lo hagan. Recuerda que la primera vez que un hombre la tocó, tenía siete años. Su papá la agarro en el patio de la casa, le bajó los calzones y le empezó a dar nalgadas. Ella no sabía por qué, si no había hecho nada malo. Después de dejarle las nalgas rojas la volteó, le dio un puñetazo en la cara, él se sentó en un banco y obligó a la niña a sentársele encima. Y esta escena se repitió infinidad de veces, en la sala, en su cuarto, en la cocina. Su madre nunca lo supo, o se hacia la vista gorda, por que ella salía a trabajar durante el día mientras su padre se quedaba en su taller de zapatero instalado en el patio de la casa. “La mocosa se agarró en la escuela”, esto era lo que su papá decía. Por esto es que Carla Cristina se fue de su casa, después de una de las violaciones que la dejó con un ojo morado y sangre chorreándole por las piernas.

-          Cómo le voy a pegar? Yo nunca le he puesto un dedo encima a una mujer. Dios guarde!
-          Ay papi, es que no sos bien macho o qué?

Carla Cristina ya estaba acostada boca arriba en la cama de la habitación, se había quitado sus panties, se subió la enagua hasta la cintura y tenía de nuevo sus piernas abiertas. Veía a su cliente debatirse con su moral. “Cual moral, si estas aquí con una puta”, pensaba ella.

-          Está bien, yo te pego
-          Vente para acá.

Se encaramó en la cama y se la cogió.

-          Uy si papi… Así dale bien rico… Más duro, más rápido…. Ahora pégame!
-          Pero, cómo?
-          Aquí, una nalgada bien dura. Ahora en la cara.

El que quiere que le peguen en la cara, o el cualquier parte, tiene un nombre: algolagnia. Si se trata de buscar la palabra para el trastorno sicológico que sufre Carla Cristina sería esta, que suena medio inventada. Pero el sicólogo Marco Montero explica que la algolagnia es la búsqueda de placer por medio del dolor. Muchas mujeres que han sido victimas de violencia y violaciones sufren de esta desviación sexual ya que el dolor y los golpes les permiten sentirse humilladas y dominadas, sensación a la que siempre han estado sometidas.

Mientras el hombre ni feo ni guapo montaba a Carla Cristina de mil maneras: él arriba, él abajo, contra la pared, como perrito y se iba emocionando con los golpes, otro en las nalgas, en las costillas, ella pensaba en su papá. Siempre lo hacía cada vez que se la cogían de esa manera. “Te fuiste a cagar en mí, desgraciado”.

Así, mientras en el año 2012, cada día 222 mujeres pusieron una denuncia en contra de agresores que las golpeaban en sus hogares, Carla Cristina busca hombres para que le den, no solo cobrar y que le den por detrás, sino que le den golpes fuertes que le ayuden, irónicamente, a olvidar su dolor.

El hombre ni feo ni guapo retoza encima de Carla Cristina, hace tres minutos que se vino y nada que se quita. Su respiración todavía es agitada. Ella lo mueve lentamente hacia un lado, con mucho cuidado porque le duelen las costillas. Se sube las panties y se baja la enagua. El le extiende el brazo con los $50 dólares.

-          Puta, si que estas loca, nunca había cogido así.

Ella no le dice nada, sabe que es puta y sabe que esta loca. Agarra su bolso en donde mete el dinero, sale por la puerta y camina por el pasillo. Con la mano se limpia un poco de sangre que le sale por la nariz. Todavía es temprano y le alcanza la noche para un polvo más.



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